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Feminicidios en México: Necesidad de un nuevo enfoque

Por: Dra. Mónica Roldán Reyes
 
Dos términos que se escuchan cada vez con más fuerza son los de “femicidio” y “feminicidio”, los cuales son comúnmente utilizados como si fuesen sinónimos, siendo esto uno de los principales problemas ante los cuales nos encontramos al afrontar estas lamentables realidades.
 
En primer lugar, es necesario diferenciar ambos términos para no caer en equívocos. La palabra “femicidio”, hace referencia simplemente al asesinato de una mujer, sin considerar las razones por las cuales esta mujer ha sido arrebatada de su existencia. Teniendo en cuenta esto, en el término femicidio, cabría tanto el asesinato de una mujer en medio de un asalto, un ajuste de cuentas del crimen organizado, un golpe brutal de su pareja o un asesinato llevado a cabo por un psicópata, que manifiesta un odio incontrolable hacia la mujer por el hecho de serlo.
 
Por otra parte, el feminicidio hace referencia al asesinato de una mujer, considerando e incluyendo “la variable de impunidad que suele estar detrás de estos crímenes, es decir, la inacción o desprotección estatal frente a la violencia hecha contra la mujer.”[1] Los trabajos de Diana Russel desde la década de los setenta del siglo pasado, establecen muy claramente que el “femicidio” requiere, para serlo realmente, de un componente misógino, o sea, que el móvil del asesinato en cuestión sea el odio a la condición de que la víctima sea mujer, aunado esto a una posición de poder por parte del victimario y en condiciones de vulnerabilidad de la fémina.
 
Ahora bien, dejando zanjada la situación con una adecuada diferenciación de los términos, es necesario abordar la situación actual de nuestro País. Es una realidad palpable que a nivel mundial, cuando hablamos sobre las violaciones a los derechos humanos, aquellas que se realizan contra las mujeres son las mayoritarias. Desde el desamparo por parte de los estados, incluso legislaciones que ponen a la mujer en una situación de clara desventaja, hasta las posturas machistas que perpetúan el abuso hacia las mujeres, su exclusión de diversos espacios y todo lo que obsta para que ellas tengan un desarrollo sostenible, digno, justo, equitativo e inclusivo.
 
En México, por ejemplo, es mayor el porcentaje de niñas que no están registradas a la hora de nacer, negándoseles el derecho a una identidad, entre la población con analfabetismo, las niñas representan el 61.5% de este grupo, mientras que en aquellos alfabetizados, sólo cuentan con tres puntos porcentuales por encima de los varones. El embarazo es una de las razones para que las niñas y adolescentes abandonen los estudios, mientras que esa razón afecta apenas levemente a los varones, lo que demuestra que son muy pocos los que se hacen responsables de dicha situación, dejando todo el peso en las mujeres y sus familias.
 
Con respecto al feminicidio, hemos podido constatar un alza en dicho fenómeno, ya que en los meses que van de este año, se han dado más de 1199 feminicidios, lo cual da un promedio de una mujer asesinada cada dos horas y medio, algunas por el crimen organizado y la violencia general, pero otras también por el sólo hecho de ser mujeres. En general y considerando que no hay un adecuado consenso por parte de los estados sobre cómo tipificar el feminicidio y cómo manejar adecuadamente las cifras, podría decirse que ha habido un aumento de más del 97% de los feminicidios a nivel nacional en los últimos cuatro años. NO obstante, el 2019 fue el más violento para niñas y adolescentes, año funesto en el cual se han dado 114 feminicidios de menores de 17 años.
 
Cuando vamos a los datos de feminicidios por estado, podemos constatar que diez estados tienen más del 65% de estos delitos, empezando con el Estado de México, con 152 víctimas de feminicidio y homicidio doloso; le sigue Jalisco, con 102, Guanajuato con 99; Veracruz con 73; Chihuahua con 71 y para cerrar, tenemos a la Ciudad de México con 70.  Como podemos ver, este fenómeno se encuentra distribuido a lo largo del país y mostrando, en todos los lugares, un preocupante y escandaloso aumento. Otro dato alarmante es que alrededor de 12 millones de mujeres han expresado o denunciado sentirse amenazadas en sus propias casas, siendo víctimas de cónyuges, parejas sentimentales de diversa índole o familiares, lo que enciende el foco rojo sobre el hecho de que estas mujeres podrían llegar a ser víctimas de feminicidio en el futuro si no se toman cartas sobre el asunto.
 
Cuando diferenciamos los componentes del feminicidio, podemos constatar que la inacción o desprotección por parte del Estado de las mujeres víctimas, es un elemento fundamental, el cual se ve respaldado por los hechos que apuntan a que cerca del 99% de los delitos cometidos a nivel nacional permanecen impunes. Dicho esto, es necesario considerar si los protocolos, políticas y demás elementos que rigen la acción de los servidores públicos, está alineada a lo que exige, no solo una alerta de género, sino a lo que debería darse en un real estado de derecho.
 
Ante estas situaciones, quisiera hacer algunas consideraciones: Primero, que es necesario cribar adecuadamente los registros de decesos violentos de mujeres, para realmente saber cuántos corresponden realmente al concepto de “feminicidio”, ya que he podido constatar que hay casos, como el acaecido el 31 de julio en San Andrés Cholula, en el estado de Puebla, en el cual, una mujer que se suma a las estadísticas, falleció junto a su cónyuge por heridas de bala. Ante ese caso es necesario preguntarse si ambas víctimas habrán caído por la creciente ola de violencia o si, en el caso de la mujer, ha habido elementos específicos que la hayan puesto en las condiciones de un feminicidio. Pero también hay casos en los que evidentemente media el odio de género, como el que ocurrió en 2016 en Naucalpan, Estado de México (por cierto, el estado donde ocurren más feminicidios), en el cual una niña de siete años apareció muerta con una herida de arma blanca en su cuello y metida en una bolsa de basura. Son dos casos con condiciones muy diferentes, las cuales deben ser tratadas de manera diversa.
 
Considero que es necesario depurar las estadísticas, para que el banco de datos no se vea contaminado con información que nos pudiese alejar de un adecuado análisis y que, de ser así, nos pondría a una mayor distancia de lograr establecer las políticas que frenen este baño de sangre, que afecta tanto a varones como a mujeres, pero en el cual, las mujeres se encuentran en un estado de indefensión particular.
 
Detonar una alerta de género no puede, en ningún caso, redundar en una criminalización del varón por el sólo hecho de serlo. En otras palabras: la condición de masculinidad no puede ser algo que coloque al varón en la posición de ser un potencial agresor, ya que en esta violencia, son incontables la cantidad de varones que cada día son asesinados. Sin embargo, es necesario apuntar sobre todas las condiciones sociales, que permiten que una mujer sea un objetivo fácil para aquellas personas que, movidas por la misoginia, perpetren crímenes contra aquellas personas que, a lo largo de los siglos, han sido puestas en una situación de indefensión, como las mujeres, pero también las comunidades indígenas, los niños y niñas, adolescentes, personas de bajos recursos, minorías sexuales o religiosas.
 
La frustración y el enojo que hemos visto en estas últimas manifestaciones de las mujeres, aunque no nos devuelvan a las miles de fallecidas, sí son un grito desesperado que busca que el Estado deje de mirar al otro lado e intervenga en esta situación en la cual todos salimos como perdedores, pero en especial aquellas personas que más han sido vulneradas a lo largo de la historia de nuestro país. Es lamentable el giro mediático y la manipulación que han tomado los hechos que han sucedido en estas manifestaciones en las cuales, aunque no considero que el vandalismo sea una ruta adecuada, me uno a la indignación que llevó a todo esto. Creo que situaciones desesperadas llevan a acciones desesperadas, las cuales merecen una atención pronta, respetuosa y efectiva. El estado debe dejar de simular y realizar todos los cambios que sean necesarios.
 
Como persona que ha trabajado por muchos años en la defensa de los Derechos Humanos, aquellos que son inalienables e intrínsecos a la condición de “ser humano”, creo que no se han dado todos los pasos necesarios para que una alerta de género sea realmente efectiva. Además, aunque quisiésemos ver resultados inmediatos, para luchar contra una situación tan enquistada en la cultura, se deben hacer abordajes desde diversas ópticas, considerando, tanto la formación de conciencias, la cual ve sus resultados a largo plazo, así como una política que discierna realmente aquellas situaciones, en las cuales se da un asesinato como parte de la ola generalizada de violencia y aquellas en las cuales, definitivamente, entran a jugar los elementos de misoginia por parte de los criminales y la desprotección de la mujer por parte del estado mexicano.
 
Siendo así, propongo que se deben realizar las siguientes acciones:
 
Considerar que estamos ante una realidad de violencia, en la cual todos los seres humanos, por parejo, son víctimas. Pero también, que hay situaciones culturales que colocan a la mujer en una posición de desventaja y deben ser atendidas por medio de aquellos puntos que desarrollo a continuación:
 
  1. El abordaje de las adicciones, no desde un plano de crimen, sino de Salud Pública, ya que un elevado número de feminicidios se dan ante personas que ejercen violencia sobre las mujeres como consecuencia del abuso de sustancias como el alcohol y drogas. Frente a esto, se debe dejar de actuar desde una atención basada en lo criminal, para dar atención especializada a los varones y personas en general, que se encuentran atadas por las adicciones. Esto no entra en conflicto con la libre determinación de las personas, ya que, aquellos que no pueden manejar los límites entre el uso y el abuso, deben recibir una atención profesional que les ayude a comportarse dentro de los estándares que exige la sana convivencia.
  2. La descontrolada hipersexualización de la figura humana, en particular de la femenina, lo cual crea en las personas conceptos que llegan a cosificar a las mujeres, privándolas antes los potenciales agresores, de su capacidad volitiva y dejándolas a merced de los deseos retorcidos de aquellos que consideran que la mujer es una posesión o un objeto sexual. Pare esto es necesario un eficiente control sobre la publicidad y mercadotecnia, pero también es necesaria la creatividad, para hacer propuestas de mercado, que excluyan la sexualización y apelen a otros motivadores de compra o consumo. Esto no quiere decir que debamos caer en un puritanismo que prive a las personas de ejercer y expresar su sexualidad de una manera responsable y consensuada, pero sí implica que, como sociedad, vayamos dejando de lado el sexo como un factor de consumo, alejado de los fines de la sexualidad sana, como expresión de amor, compromiso, afecto, mutuo goce y/o realización plena como personas.
  3. La debilidad de campañas en medios de comunicación social que inciten a la solidaridad entre los diversos géneros, de manera que no se caiga en una criminalización del varón, que, antes que convertirlo en un aliado por la construcción de una sociedad inclusiva e igualitaria, se sienta relegado y combatido. En esto es necesario considerar que ante el machismo, todos son víctimas, tanto la mujer que es colocada en una posición de “madre y esposa abnegada”, como el varón que “no debe llorar, ni mostrar sus sentimientos, como macho que se espera que sea”.
  4. La necesidad de atacar todas esas estructuras que permiten el feminicidio, realizando programas orientados a ese fin desde la educación preescolar hasta universitaria y en el mundo laboral. Ante este punto, es necesario tener en cuenta que con el término de “ideología de género” han sido incluidas muchas situaciones humanas de orígenes y naturalezas muy distintas y, entre ellas, justos reclamos feministas han sido agregados, siendo así menospreciados por corrientes ideológicas, lo cual ha convertido una lucha auténticamente humana en lucha de clases. Por ello, es necesario alejar esta lucha de cualquier combate ideológico y apelar a los principios de respeto inalienable de la dignidad humana.
  5. La necesidad de revisar los protocolos de atención a las víctimas de abuso y acoso sexual, así como los que se siguen en casos de feminicidio, dejando claras pautas sobre lo que se debe hacer y depurando al aparato estatal de todas aquellas personas que sirvan como cómplices en los alarmantes casos de feminicidios en nuestro estado. Para ello, también es necesaria una revisión de la legislación actual, recrudeciendo las consecuencias sobre estos crímenes y favoreciendo la denuncia, así como asegurando la protección de todas aquellas personas que brinden información sobre estos casos.
 
En resumen, necesitamos acabar con todo contenido ideológico y apelar a la razón, trabajando en la prevención, lo cual se verá reflejado a largo y mediano plazo y trabajando con denuedo para que con la mayor prontitud se realicen las reformas legales necesarias y las campañas se vean favorecidas por un despliegue ordenado y eficiente, basado en información fidedigna, sin datos que, en lugar de agilizar la correcta planificación y puesta en marcha de protocolos de acción, nos hagan seguir desplegando alertas que no consiguen alcanzar los objetivos propuestos, que se resumen en este legítimo y urgente reclamo social: ni una más.
 
 
Referencias: 
http://www.lajornadadeoriente.com.mx/temas/feminicidios/ el 24 de septiembre de 2019 18:50 a las 19:04
 
[1] Con respecto a esta definición, la antropóloga mexicana Marcela Lagarde realizó el trabajo de traducción y reformulación del término inglés “feminicide”, conceptualizado previamente por Diana Russel en 1976 siendo definido como “el asesinato misógino de mujeres cometido por hombres.”

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