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A todos nos mató, de alguna manera, el COVID-19

Por Edith Belmont
Directora de eventos de Belmont Estudios Económicos para el Empresario S.C
bestudioseconomicos@gmail.com

Muerte… ¿cuántos sentimientos encierra esta palabra? Más de los que imaginamos: miedo, dolor, incertidumbre, ansiedad, tristeza, sufrimiento, frustración, impotencia; soledad, abandono, compasión, consuelo, esperanza, coraje, venganza y otros que de seguro usted, se está imaginando al sólo escuchar la palabra muerte.

Pero pensar en la palabra muerte nos lleva a varias preguntas especiales y muy personales: ¿Estamos preparados para morir? ¿A qué le tenemos miedo realmente, al momento en sí de despedirnos o a hacerlo en completa soledad? ¿Tendremos una muerte “justa”? ¿Qué pasa con los que mueren violentamente? ¿Qué hay después de la muerte?

Son muchas las interrogantes y pocas las respuestas
Pero una que surge en estos momentos tan difíciles, en tiempos de pandemia (por el Coronavirus o COVID-19); lo que nos cuestionamos y a mi parecer, aún no tenemos clara la respuesta; es: ¿Qué efecto tendrá en nosotros el no podernos despedir de nuestros seres queridos? ¿No tener la posibilidad de sostenerles la mano en sus últimos momentos? ¿No poder organizarles una despedida y ayudarlos a cruzar hacia su nuevo destino? ¿Estamos preparados para los efectos emocionales, sociales y físicos que esto tendrá en consecuencia?

El pueblo mexicano siempre ha sido adorador y fanático de las fiestas y las reuniones; todo es ocasión para festejar, cualquier pretexto es bueno para llevar al máximo nuestras emociones y sentimientos. Para engrandecer cualquier acontecimiento: nacimiento, cumpleaños, graduaciones, aniversarios, día de la madre, del padre, de la patria, navidad, año nuevo…día de muertos, sí, también festejamos a la muerte.
Cuando un ser querido parte hacia lo que creemos es el Paraíso, el Purgatorio; el Cielo, el Infierno o la Reencarnación (cualquiera que sea la religión que practiquemos o no); siempre hay la creencia de alcanzar un estado de paz, trascender, ir hacia la luz gracias a sus buenas acciones, o, por el contrario; de sufrir el fuego eterno por llevar una vida negativa.

Cualquiera que sea la expectativa que tengamos; llevamos a cabo rituales que ayuden a nuestro ser querido a encontrar el camino hacia el descanso eterno y librar las sombras del inframundo

Celebramos una “fiesta” en su honor (velorio); para rezar, orar, recordar, llorar, encontrar consuelo o alguna explicación que nos ayude a comprender el porqué de la pérdida. Nos tomamos el tiempo para desahogarnos, buscar apoyo entre nuestros conocidos y sobrellevar la ausencia. Ofrecemos comida, bebida, incluso, en ocasiones, hay música para recordar buenos y malos momentos, para, finalmente, ponernos en estado de “duelo”.

El duelo se define como el tiempo que nos tomamos para encontrar la respuesta a una pérdida; por ser inevitable e irreversible y por la zozobra que genera. La respuesta no suele ser siempre exclusivamente psicológica, puede ser física, social o espiritual. En este sentido, el duelo se refiere al periodo que nos lleva la búsqueda de respuestas; o, mejor dicho, a las formas de encontrar un significado a la experiencia de la pérdida.

Se ha demostrado repetidamente que no es imprescindible que la vida esté plagada de felicidad y alegría, pero sí debe estarlo de significado. Como decían los filósofos existencialistas (como Friedrich Nietzsche, Jean-Paul Sartre, Karl Jaspers, entre otros); cuando uno tiene un porqué (o un para qué) aguanta muchos cómo, imposibles de resistir de otra manera. Y en la construcción de ese porqué o para qué, de ese sentido y significado, es donde lo personal entroncará con lo social, sin duda.

Actualmente, en México han fallecido más de 24 mil 324 personas y suman ya más de 483 mil muertes en todo el mundo; (cifra al 24 de junio del 2020 según la Organización Mundial de la Salud OMS y la Secretaría de Salud); a causa del COVID-19, la gran mayoría “a solas, sin tener a un familiar para poder darle la mano; o simplemente para sentirse acompañadas durante sus últimos instantes de vida”. Entre ellas, se encuentran muchos mayores, pero también gente más joven. Y es que, para los familiares de estas personas, hayan fallecido o no por Coronavirus; el hecho de haberles perdido en estas circunstancias supone un duro reto que deben afrontar encerrados en sus casas. Muchos han visto a sus seres queridos por última vez sin si quiera saberlo y sin poder darles el último adiós.

Así que el hecho de no poder compartir con familiares y amigos el dolor que tienen en estos momentos miles de personas durante la cuarentena, hace que el proceso de duelo se vea afectado y se viva de diferente manera. Ante la imposibilidad de realizar un ritual de despedida, el dolor y la angustia se agudiza, provocando mayor tristeza y en algunos casos, depresión.

En este sentido, gran parte de la ciudadanía se ha visto afectada por la pérdida de un familiar, amigo o conocido. Siempre habíamos vivido estos momentos en compañía y hoy tenemos que hacerlo solos. Ahora mismo no podemos celebrar ningún tipo de velatorio o funeral para recordar en comunidad a esa persona y mostrar nuestro afecto hacia ella y sus familiares. Por eso, estoy convencida que es fundamental sustituir estas prácticas actuales (aunque sea temporalmente), por otras que tengan el mismo objetivo.

Cuando alguien muere solo y no tiene ni tenemos la oportunidad de despedirnos, nos queda una sensación de vacío inconsolable

Ese tipo de situaciones nos hace pensar que, poder hacer una llamada telefónica para despedirse aportaría al menos algo de consuelo en medio de lo desesperante de la situación.
Me temo que, al menos de momento, y mientras la gestión sanitaria de los enfermos más graves de COVID-19 no permita otra cosa, más bien vamos a tener que trabajar con las consecuencias de haber vivido este tipo de pérdidas en los dolientes. Aunque lo estrictamente lógico sería pensar que no hay manera de despedirse de quien ya ha muerto.

Habrá rituales de todo tipo en los momentos y días posteriores: dedicándose a escribir una especie de diario, escribirles cartas, hacer dibujos, realizar grabaciones, recopilar fotografías, mensajes desde las redes, colocación de objetos significativos, aquel rincón que recuerde a la persona fallecida, minutos de silencio, una canción, etcétera. Serán acciones de carga simbólica y emocional, que nos permiten conectar con las emociones y el dolor, mientras ayudan a integrar lo sucedido, y vivir el duelo.

En esta situación, el uso de las redes sociales puede permitir dar voz y quien quiera pueda expresarse sobre lo que le gustaría hacer en una ceremonia virtual. Aquí, menores y mayores tienen su posibilidad para decir algo y sentirse mejor. Un encuentro virtual en alguna plataforma online (Skype, Zoom, realizar un grupo de WhatsApp, hacer una página web…) permite conectarse a la familia y allegados.

El no poder hacer nada, ya de por sí es triste y doloroso, tener la oportunidad de expresar sentimientos hacia el fallecido, al menos aliviará o mitigará el dolor en estos momentos de desahogo permitiendo darle un sentido a esta experiencia, un significado.

Así que, estas reuniones virtuales, platicar e intercambiar sentimientos con amigos y familiares, nos pueden ayudar a encontrar el “por qué” y “para qué” de esta experiencia.

“Buscar ayuda no está mal, es bueno”
En caso de sentir que el duelo te está sobrecargando y que no puedes manejarlo, busca la ayuda de un profesional de salud mental, inclusive online.
Las personas deben siempre buscar información confiable, con herramientas prácticas para que la gente pueda utilizarlas para mantener la calma y manejar la ansiedad y la desesperación que pueden surgir en momentos como éste.


Me temo que socialmente estamos aún estupefactos por la dimensión de lo que estamos viviendo, sin saber ni siquiera cuál es el número real de fallecidos, sin poder anticipar el futuro, con una experiencia en muchos casos aproximada y como “de oídas”. Al no poder ser testigos, algunos, al no trabajar a diario ni tener contacto con la pandemia y, aunque casi todos conocemos a alguien que ha muerto, o a alguien que ha perdido a un ser querido, aun así, no sabemos detalles de cómo se produjo el deceso, hay mucha incredulidad e incertidumbre, por lo que es casi imposible prever los resultados finales.

He visto recientemente algún intento de dedicar un día de duelo a las víctimas, y supongo que surgirán más iniciativas similares para justamente memorializarlos como colectivo. Pero el problema, y muy real, es que esto sigue, no es como dedicar un día o un monumento a las víctimas de una guerra acabada, o de un desastre natural pasado. De nuevo, y en este caso, no en lo individual, sino en lo social, nos enfrentamos a un asunto pendiente, a un tema abierto.

Así que, en esta época de pandemia, hagamos uso de las herramientas que tenemos a la mano como la tecnología, platiquemos con amigos y familiares, pidamos ayuda e información a especialistas que nos ayuden a superar la pérdida y a sobrellevar el periodo de duelo, que de por sí, en épocas “normales” es difícil, en épocas de “pandemia” lo son aún más.

Los abrazo con el corazón amigos lectores

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