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Impacto de la pandemia en el empoderamiento de la mujer

Por Edith Belmont

Como respuesta a la crisis sanitaria en el pasado mes de marzo; el Gobierno Federal publicó un Acuerdo en el Diario Oficial de la Federación; en donde se ordenó la suspensión inmediata a partir del 30 de marzo de las actividades no esenciales; con la finalidad de mitigar la dispersión y transmisión del virus. Sin embargo, a pesar de sus beneficios, el llamado a quedarse en casa ha generado impactos negativos; su implementación ha agudizado los problemas que enfrentan predominantemente las mujeres.


El llamado a quedarse en casa las ha obligado a trabajar desde su hogar; el cuál no necesariamente es un lugar seguro para ellas. Pues en este tiempo de emergencia ha aumentado la violencia, agresión, abuso físico, verbal y sexual. Según la Organización de las Naciones Unidas
(ONU); la violencia contra la mujer en el hogar aumentará 60% en México tras el confinamiento; ya que en el país 2 de cada 3 mujeres mencionan haber vivido algún tipo de violencia. Es decir, que más de 19 millones de mujeres en México sufren algún tipo de agresión.


De acuerdo con cifras del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), durante el confinamiento se registraron, de enero a octubre, 777 presuntas víctimas de feminicidio y a septiembre, 2,150 presuntos homicidios dolosos de mujeres. En lo que va de 2020 al menos 43,108 mujeres denunciaron ser víctimas de algún tipo de lesión dolosa. También se registraron 163,868 presuntos delitos relacionados con violencia familiar; 2,942 carpetas relacionadas con violencia de género y 12,241 relacionadas con delitos de violencia sexual. El SESNSP recabó también casi 200,000 llamadas de emergencia por denuncias de violencia contra la mujer; esto implica que cada día del año 740 mujeres llamaron para
pedir ayuda por daños psicológicos, físicos o sexuales.


Esta problemática de la violencia contra mujeres no está siendo atendida eficazmente por las autoridades y representa un riesgo importante a largo plazo para el desarrollo de la población femenina, lo cual bloquea su avance en el camino ya recorrido hacia su empoderamiento.

Pero este no ha sido el único efecto negativo: también el llamado a quedarse en casa, las ha afectado en el ámbito económico y
laboral.


Las medidas de confinamiento buscan proteger la salud pública y evitar el colapso de los servicios de salud; sin embargo, su aplicación no es neutra desde el punto de vista de género. Los hogares se convirtieron en el espacio donde todo ocurre: transformados en oficina, restaurante,
cine, escuela, gimnasio, hospital, etc. Son el centro de trabajo, en donde aparte de cumplir con labores del hogar, se suman el cuidado y educación de los hijos (convirtiéndolas en maestras) atendiendo clases en línea, tareas y festivales escolares, así como hacerse cargo de los enfermos y mayores de edad con los que convivían o llegaron a necesitar (por la pandemia) de atención especial y se han tenido que mudar a vivir con ellas; lo que provocó crisis emocional, económica y social de las familias.

La emergencia derivada del COVID-19 está provocando impactos específicos sobre las mujeres y profundizando las desigualdades de género existentes, tanto al interior de los hogares como fuera
de ellos, poniendo en peligro los logros alcanzados en su empoderamiento económico y social.


Se incrementó la carga de trabajo relacionada con el cuidado y la atención de las personas, cuya atención debería ser en grupo. Sin embargo, la realidad es que ésta no se distribuye equitativamente, ya que vivimos en una sociedad esencialmente machista en donde estas actividades recaen principalmente en las mujeres, y no están valoradas ni social ni económicamente.

Fuera de los hogares, las mujeres también constituyen el mayor contingente que está asumiendo los cuidados en la primera línea de atención en el sector de la sanidad y la salud, en el trabajo doméstico remunerado y en centros especializados de cuidado de menores, adultos mayores y personas con discapacidad, situación que conlleva impactos
sobre su salud y las expone a un mayor riesgo de contagio.


Por si fuera poco, ahora enfrentan los efectos en el ámbito económico y en el mercado de trabajo, que también están fuertemente segmentados por género. Las mujeres representan la mayoría en la economía informal en todos los países y los datos indican que los sectores más perjudicados por las medidas de aislamiento social afectan de modo importante a las mujeres.

“La desigualdad entre hombres y mujeres está en cualquier parte que se mire. Las mujeres en espacios de decisión en el sector económico son un 5%, es muy poco; y lo pongo al revés: un 95% de hombres en estos espacios, es sumamente desigual”.

En México, su incorporación en el mercado laboral ha sido un proceso lento donde la brecha de género está lejos de cerrarse. Con base en la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) para el trimestre octubre-diciembre de 2019, su participación económica se encuentra muy por debajo de la de los hombres; el 45.4 % de las mujeres mayores de quince años pertenecen a la población económicamente activa (PEA), en contraste con el 77.1 % de los hombres.


Así como la mayor parte del cuidado de la niñez, del hogar y de las personas adultas o enfermas la realizan las mujeres. Con base en la encuesta intercensal 2015 del INEGI, de cada 100 personas que preparan alimentos para su familia, 74 son mujeres, de cada 100 personas que se realizan la limpieza del hogar 71 son mujeres, y de cada 100 personas que atienden a personas sanas menores de 15 años, 67 son mujeres. En promedio, las mujeres en México dedican 48.55 horas a la semana a realizar trabajos del hogar no remunerados, mientras que los hombres tan sólo 19.57 horas.

En ese sentido, Juliette Bonnafé, integrante del equipo de
ONU Mujeres en México, señaló: Además, se debe considerar que el 79.1 % de las mujeres que se encuentran ocupadas, laboran en el sector terciario de la economía (servicios), en contraste con el 51.3 % de los
hombres que laboran en este mismo sector, que ha sido uno de los más impactados por la pandemia ocasionada por el COVID-19. El sector Turismo, restaurantero, de atracciones y diversiones, han sido los de los más afectados a nivel mundial y es mayoritariamente el sector más empleador de mujeres.


Por esta razón, muchas perdieron su empleo. Las mujeres que trabajan en “actividades esenciales” y no pueden quedarse en casa, enfrentan otro gran desafío. Al asistir al trabajo exponen su salud y la de su familia. Su carga de trabajo también aumenta; si tienen hijas e hijos, deben encontrar quién les cuide y les auxilie con sus labores escolares mientras se ausentan. En relación con las mujeres que trabajan en el sector informal de la economía, la política de quédate en casa agudiza su situación de vulnerabilidad; ellas dejaron de percibir ingresos, además de no contar con seguridad social. La tasa de informalidad laboral respecto a la población ocupada de las mujeres es del 57.32%, lo cual se traduce en que 12,412,648 mujeres se encuentren en esta difícil situación.


La política de quédate en casa puede implicar un retroceso en el avance que se ha logrado en los últimos años. Para las mujeres que tienen un empleo que desempeñan vía remota, la pandemia les permite continuar con sus labores desde el hogar. Sin embargo, compaginar el ser mamá con trabajar en línea, es un reto mayor.

La doble jornada laboral se intensifica, lo que socava su salud física y mental. Esto se ve reflejado en un revés en el camino a su empoderamiento: muchas han perdido su empleo y con ello sus ingresos, lo que las lleva a una mayor dependencia económica de su cónyuge o pareja lo que hace aumentar sus inseguridades y sus miedos al no sentirse capaces de enfrentar por sí mismas la situación. Quedan rezagadas y encerradas en su hogar, lo que las lleva a vivir situaciones de pánico y caer en una lamentable situación de dependencia emocional.


Empoderar económicamente a las mujeres tiene un impacto positivo no sólo en su calidad de vida, sino que afecta positivamente a sus familias y a la economía. Es un elemento fundamental para combatir la violencia de género. Para las mujeres, tener independencia económica aumenta su
autonomía y, en consecuencia, les ayuda a salir de relaciones violentas, tener mayor acceso a servicios de salud y asesoría legal.

Asimismo, empoderarlas económicamente tiene un impacto positivo en la productividad y el crecimiento de la economía. Con base en datos del Fondo Monetario Internacional (FMI), en los países con mayores brechas en las tasas de participación de mujeres y hombres en el mercado laboral, cerrar esa brecha se traduciría hasta en un aumento del 35% del PIB. Es así como podemos confirmar que en épocas de crisis económica es fundamental la participación de las mujeres.


Para evitar que la crisis económica afecte de manera desproporcionada a las mujeres se deben diseñar e implementar políticas públicas enfocadas en impulsar su inclusión económica y financiera, así como incluir la perspectiva de género como eje transversal de todas las políticas.


Es indispensable la participación igualitaria de las mujeres en la toma de decisiones para ofrecer respuestas efectivas y apropiadas en los mecanismos de recuperación de la crisis provocada por el COVID-19. Es importante en sí misma por razones de igualdad, justicia y democracia. Las mujeres representan más de la mitad de la población en México (en 2018 fue mayoritaria, con 64.469.966 mujeres, lo que supone el 51,09% del total, frente a los 61.720.822 hombres que son el 48,91%), ellas aportan perspectivas distintas y asumen con mayor liderazgo las necesidades de las mujeres.

Sólo ellas saben lo que requieren y pueden intervenir en la realización y aplicación de las políticas públicas, ya que a menudo, éstas son redactadas por personas ajenas y distantes a las mujeres. Su participación en los espacios donde reside el poder real, es lo que marca la diferencia; lo que está visto y demostrado, es que no se puede atender esta crisis sin la participación efectiva de las mujeres.


Existe la necesidad de lograr hogares igualitarios en México, ya que en 6 de cada 10 hogares el padre es una figura ausente a pesar de vivir ahí, debido a que no se involucran en las labores domésticas ni atienden las emociones de su pareja e hijos.


Ningún retroceso es admisible en los derechos ganados por las mujeres para participar en la toma de decisiones, ni aún en época de pandemia. Así que tenemos que seguir dando batalla aún en época de crisis, por nuestros hijos, por nuestras familias, por nuestra sociedad, por nuestro país; pero sobre todo y lo más importante: por nosotras, por amor a nuestra persona, porque podemos, porque valemos y porque somos el eje, el mástil y el motor de la sociedad.

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