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LA DOMINACIÓN DEL SEXO MASCULINO

Elizabeth Ávila Carrancio

En el artículo de esta edición les expongo los elementos básicos conceptuales sobre los fenómenos sociales que determinan los elementos de poder actual, intentando explicar desde la perspectiva de género los elementos del poder y sus maneras del juego, considerados vitales para el control y el ejercicio actual del poder como un esquema donde se juegan roles o formas de pertenencia. El poder es la capacidad de hacer, pero ahora mismo es a partir de un esquema del hombre o masculino, como se ejerce.

Partamos de algo fundamental, el concepto género refiere a formas o prácticas socioculturales a partir de las que mujeres y hombres construyen su identidad, interactúan y organizan su participación en la sociedad. Estas formas varían de una cultura a otra y se transforman a través del tiempo. Aquello que se reconoce como “lo masculino” o bien “lo femenino” aceptable para ser mujer u hombre.

Entonces, justamente el hecho de que el género sea un constructo social nos va a dar esta posibilidad de que se vaya transformando y, de ahí, deriva las ideas de qué es lo que se espera que hagan las mujeres o los hombres; es decir, una mujer; ¿Qué espera un contexto social sobre las mujeres? A partir de las etiquetas que se coloquen, y sean aceptadas sobre “ser mujer” en ese entorno, o bien, ¿Qué se espera de ser un hombre?

Lo cultural es tan cambiante, que dependerá del tipo de sociedad de la que estemos hablando, e inclusive del momento histórico. Esto es muy importante entenderlo, hay muchas escritoras que intentan desde la antropología social darnos ideas para comprender lo que significa el género, una de las más importantes es Marcela Lagarde, quien realiza investigación sobre las cuestiones de género, siendo una de las doctrinarias más importantes sobre la materia, entre las muchas cosas que ella nos explica doctrinalmente, podemos encontrar lo que ha llamado “los cautiverios de las mujeres”, que analiza la condición histórica de las mujeres, es decir, cómo las mujeres, y también los hombres, somos producto de un devenir histórico de contextos socioculturales de dominación y subordinación, a partir de lo cual se da la instrumentación de lo que se va a reconocer como los rasgos que nos determinaran el ser mujer o el ser hombre.

En ese sentido, es a raíz de la asignación sexo genérica, del hecho llamado “material” o biológico, que por mucho tiempo se determinaron los roles o los comportamientos sociales atribuibles a ser hombre o ser mujer, es decir, haber nacido con una vagina o haber nacido con un pene de manera inmediata nos etiquetaba con ciertos comportamientos aceptados asignados al género o a aquello aceptado como lo masculino de los hombres y lo femenino de las mujeres.

Es decir, a raíz de esa asignación sexo/genérica se esperaba de nosotros ciertas cosas o roles para pertenecer o participar en la sociedad. Resultado de ello es que se establecen parámetros o paradigmas estereotipados de como comportarnos dentro de la sociedad de acuerdo a nuestra generación y que desde la mirada del mundo occidentalizado debería ser patriarcal, es decir, poner a la familias como media del poder desde el mundo griego, como el Dios del hogar, el dueño del poder, el responsable, el juez, el racero de medida de toda la familia, y se volverán un producto cultural de dominación y poder de todo un desarrollo histórico, de todo un eslabón de pasos en los que a las mujeres a lo largo de la historia se nos fue relegando, subordinando a partir de dividir la vida social en la cosa pública y los espacios domésticos.

Para nosotras hablar de poder siempre fue vedado si este no se observaba como el poder del hogar o dentro del espacio doméstico, de la casa y si solo si no se encontraba el padre (patriarca), es decir, se nos “dio” un discurso de un poder falaz, engañoso y subordinado respecto al trabajo no remunerado, dentro de nuestras casas y un esquema de valor social a partir de cumplir con el rol de cuidadora mientras que, en cuanto a los hombres, de ellos se espera que salgan al ámbito público, a trabajar y que su trabajo sea remunerado.

Es a partir de esta idea del “poder femenino”, que se traduce en una subordinación dentro del ámbito familiar a las cuidadoras, o bien al “capital erótico” que las mujeres hemos podido desplegar desde la frivolidad de los estereotipos sociales actuales aún, es que debemos ponderar los avances, pero también los rezagos que existen, que son muchos aún, por ejemplo que las mujeres ganamos hasta un 37 por ciento menos efectivamente comprobado para los mismos empleos, con los mismos horarios y las mismas responsabilidades, o bien que aún pocas mujeres detenten liderazgos efectivos femeninos y no masculinizados.

Tenemos que reconocer que aún en pleno siglo XXI nuestra posición en el mundo es una posición subordinada. Es una posición que está creada bajo un sistema de privilegio denominado patriarcado, derivada de la costumbre greco/romana de fundación de las instituciones educadoras y de transmisión de derechos y costumbres que aún en estos momentos arrastramos cargando en la espalda de las mujeres como un lastre, desde muchos frentes para someternos al mandato de subordinación, entre las que destacan: menores posibilidades de ser reconocidas como lideresas, menor salario, falta de empatía para comprender el papel actual de la mujer maternando, el establecimiento silencioso del nuevo esclavismo voluntario en las dobles o triples jornadas para “salir de casa a laborar” pero con las terribles responsabilidades del hogar prácticamente sobre nuestros hombros aún, basadas en las encuestas del uso de tiempo que ponen sobre la mesa las exageradas cargas actuales de las mujeres que laboran en comparación con los varones emparejados, que van desde 17 horas más de su tiempo para uso de ocio en comparación con las mujeres que se emparejan, ya que el hombre en estos tiempos por casarse o juntarse gana 9 horas de ocio y la mujer pierde 17.5 horas de ocio por casarse o juntarse con otra persona. Si al cuidado de la pareja le agregas la maternidad, las cifras se disparan terriblemente en triple jornadas laborales que las mujeres se autoinfligen para “poder que se acepte” que se “desarrollen fuera del hogar”, a la semana.

¿Es la dominación de un sexo sobre otro una forma de convivencia social implantada en todos los esquemas actuales occidentalizados (en otros están con mayor brutalidad apuntalada, como en los sistemas Árabes, por ejemplo)? Pues si, a ese “orden social” se le conoce como orden patriarcal en el que hay una predominancia de los hombres en las posiciones de poder, y sobre las mujeres, donde nosotras quedamos en una posición subordinada, en una posición en la que no accedemos, no tenemos las herramientas reconocidas a cabalidad o en plenitud de la apropiación de derechos (al ser un país democrático) para que manera igualitaria accedamos a los derechos, es decir, que estemos en una igualdad sustantiva respecto a los hombres, en donde nuestra realidad, nuestros contextos no permiten lograr esa igualdad anhelada, por eso ganamos menos, por eso se ejerce mucha violencia en contra de mujeres, niñas y niños.

Por eso, entender que aún sufrimos violencia por la mano no solamente de los hombres, sino de todo un sistema, y esto es algo muy importante, se trata de no simplificar diciendo “que los hombres son muy malos”, y que nos tratan muy mal, ¡no!, sino que me estoy refiriéndome a que es todo un sistema, todo un orden cultural, que nos violenta, así con todas sus letras: que nos violenta y nos mantiene sujetas con culpas, con baja autoestima y machismo, al que le tenemos que poner una etiqueta para visibilizarlo: Sistema patriarcal.

Este es un sistema de privilegios, todo un orden económico y social, el sistema patriarcal. El PATRIARCADO (pater familias) ha posicionado a las mujeres y a otros grupos históricamente en desventaja, en una posición justamente de desventaja frente a otros grupos hegemónicos o dominantes. ¿Pero realmente esto es así? Tenemos que entender que hay datos específicos empíricos sobre la desigualdad de las mujeres frente al acceso al trabajo, el acceso a la educación, el acceso a la propiedad, a nivel mundial, están estos registros, particularmente de Oxfam, que señalan que las mujeres no poseemos propiedad o las tenemos de manera muy dispar frente a los hombres, porque justamente no accedemos al dinero donde la riqueza está mal distribuida.

Debemos reconocer, además, desde espacios de privilegio o de poder, incluso desde la academia, que a nosotras las mujeres nos impacta de manera diferenciada también la pobreza, la violencia y el rezago social. Por eso es que estamos hablando de violencia en contra de las mujeres todo el tiempo.

Para finalizar el Patriarcado: es un término antropológico usado para definir la condición sociológica en la que los miembros masculinos de una sociedad tienden a predominar en posiciones de poder. Donde todo se mide a partir del modelo masculino de ser humano como el de mayor valía y, realmente importancia dentro de la sociedad, y la mujer, pasa a ser simplemente una reproductora y una carga. Mientras más poderosa sea esta posición, más probabilidades habrá de que un miembro masculino en la red pueda ser generador de violencia. También al patriarcado se le ha definido como uno de los espacios históricos del poder masculino, definición que tomé justamente de Marcela Lagarde, como referencia el libro que les comenté. ¿Y entonces, qué podemos hacer las mujeres en momentos actuales donde es evidente la cultura patriarcal que nos domina y subordina nuestras conductas, incluso cuando creemos que estamos en un espacio de poder? Justamente, pues, hacernos esta recapitulación, sobre cómo hemos ejercido nuestro dominio en los espacios que habitamos las mujeres hoy, ahora, en estos momentos, planteándonos en qué lugar estamos, e incluso observando nuestros privilegios si los tenemos, como los de clase, de raza o de conocimiento, porque algo debe quedarnos claro ahora mismo: hay que desmontar al patriarcado a toda esta estructura social y económica.

Es tenor evidenciar que vivimos aún en circunstancias donde los miembros de la sociedad o los miembros masculinos de la sociedad predominan en las posiciones del poder, incluso colocando a partir de sus intereses a los liderazgos femeninos, cuya conciencia negada como mujeres con poder y para ejercer el poder, les hacen no tener conciencia de género y sus implicaciones sociales y estructurales para transformar al poder de lo masculino a uno más igualitario y democrático.

Vivimos en una sociedad patriarcal en la que dominan los hombres, aceptarlo es el primer paso para observar que el resto de los grupos estamos desventaja. A eso debemos llamarle desigualdad estructural, que está basado en la predominancia de los hombres en los espacios de poder, en el valor específico que se les da por el hecho de nacer hombres y, en las oportunidades reales para su desarrollo, por el simple hecho de serlo. Eso apesta hoy día, pero es la regla clara que aún se tiene en la sociedad contemporánea machista, y sus efectos para las mujeres que son líderes son devastadores si no se reconocen desde una mirada con perspectiva de su propio género y sus desventajas, a partir de observarse simplemente desde el privilegio que pudiesen tener.

Conocer la esencia de la dominación como mecanismo de poder es importante si queremos desde el ser mujer, cambiar esos esquemas anquilosados, transformar y modernizar al mundo.

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