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El Síndrome de la Cabaña / Miedo a enfrentar la Nueva Realidad

Por Edith Belmont

Cuando apenas habíamos despedido al año 2019 y comenzábamos a hacer planes; fijarnos metas y escribir nuestros objetivos para 2020. Nos enfrentamos a una Pandemia sin precedente (sobre todo con tal alcance y de gran impacto emocional); que vino a sacudirnos y dejarnos sin perspectiva, a llenarnos de incertidumbre y obligarnos a replantear nuestro futuro.

Para muchos de nosotros entrar en estado de alarma y tenernos que confinar en nuestras casas, ha sido realmente una pesadilla. Luego de ya varios meses de cuarentena, debido al COVID 19, la salud mental de muchas personas se ha visto afectada. Una situación que ha  pasado por varias etapas, con diversas preocupaciones.

Este periodo provoca que varias personas pasen por distintos grados de frustración y angustia asociada; a la pérdida de contacto con seres queridos y evitar el contagio del Covid-19. También, a la incertidumbre por los efectos económicos e  inestabilidad de las fuentes laborales.

Pero hoy en día entramos en una etapa más difícil, en donde  vamos a empezar a ver los efectos que ha dejado una restricción prolongada.

Esas mismas personas,  pueden estar hoy desarrollando lo que se conoce como “el síndrome de la cabaña”.  En donde “cabaña” hace referencia a nuestra “casa”, a nuestro “hogar”.

El “síndrome de la cabaña” se presenta cuando experimentamos miedo a salir a la calle. Miedo a tener contacto con otras personas fuera de la seguridad y las paredes de nuestra casa, temor a realizar actividades que antes eran cotidianas como ir al súper,  a un restaurante, trabajar fuera de casa, tomar transporte público, salir a caminar, hacer ejercicio o simplemente pasear a nuestra mascota.

Hemos desarrollado fobias y manías que antes ni soñábamos tener; como lavarnos las manos por cualquier motivo, aplicarnos gel antibacterial al realizar cualquier actividad; limpiar y desinfectar a cada momento los muebles y pisos de la casa. Cambiarnos de ropa y calzado al regresar a casa, etc. Miedos que nunca hubiéramos imaginado; como permitir que se acerque alguna persona a nosotros, recibir un paquete o comida en la puerta de nuestra casa; tener visitas, ¡Vaya!, hasta saludar, dar un beso o abrazar a un familiar, a un amigo.

Se puede decir que es una reacción natural, cuando el confinamiento se alarga por varios meses. Gracias al instinto de supervivencia nos podemos haber adaptado a vivir y convivir confinados. Quien experimenta el “síndrome de la cabaña” puede pasar ahora; a un estado de confort, seguridad y tranquilidad al realizar sus actividades en casa. A la vez que; ansiedad e irritabilidad por el mero hecho de pensar en salir a la calle o retomar la vida que tenía antes del confinamiento.

El no tener ningún contacto cercano o físico con otra persona puede haber creado una forma de rechazo para estar con otras personas; y estar en contacto con los demás. Además,  no podemos olvidar que la epidemia aún no está superada por completo por lo que el riesgo de contagio sigue siendo real. Lo que lleva a que los miedos de estas personas ya no sean sólo al contagio del virus COVID-19; sino también a afrontar situaciones sociales o espacios abiertos con actividades que escapan a nuestra sensación de control.

El hecho de dejar el espacio de seguridad que otorga el hogar,  acostumbrados por meses a la rutina  de transitar por los mismos espacios, hacen que hoy salir al espacio público, con  la agitada vida  de la calle y la incertidumbre de los nuevos cambios,  puedan generar  temor y ansiedad que habríamos de enfrentar (según los especialistas) progresiva y paulatinamente haciendo una programación adecuada de la agenda y los horarios.

Por tal motivo, podemos darnos cuenta hasta aquí, que el miedo sigue siendo un protagonista en nuestras vidas, como decía Douglas Horton: “La acción cura el miedo, pero la inacción crea el terror” y en estos momentos de cuarentena, en ocasiones con tanto tiempo libre,  llegamos a un estado inherte, de pasividad e inactividad que pueden provocar temor y estados de pánico en muchas personas.

Un ejemplo claro es lo que esta sucediendo con el uso del dinero en efectivo. Howard Davies en un artículo publicado en el pasado 27 de julio en el portal Project Syndicate; advirtió que en el Reino Unido se cayó un 60% el uso del efectivo por miedo a infectarse del virus de COVID-19. Pues se difundió la idea de que el virus permanecía hasta 9 semanas en los billetes; y por lo tanto se transmite al tener contacto con el papel moneda, cosa que no es verdad.

La Organización Mundial de la Salud afirmó que no existe evidencia alguna de que los billetes transmitan el coronavirus. De hecho, el virus sobrevive el mismo tiempo en las tarjetas plásticas, lo cual hace más posible infectarse usando las tarjetas que los billetes. Christine Tait-Burkard; experta en enfermedades infecciosas de la Universidad de Edimburgo; dijo que el efectivo no es un vector para esta enfermedad; “a menos que alguien use los billetes para estornudar en ellos” agregó en forma sarcástica.

Este es un ejemplo claro de cómo el miedo juega un papel importante en los efectos emocionales que causa el confinamiento durante esta pandemia y ahora,  al enfrentar la nueva normalidad.

Pero aquí lo importante es preguntarnos: ¿qué hago si siento miedo y me toca volver a salir? ¿si tengo que retomar mis actividades y regresar a la normalidad? ¿si me siento víctima del “Síndrome de la Cabaña”?

Como primer paso,  es importante tener claro que las salidas deben ser graduales, de manera que cada uno pueda ir regulando lo qué necesita y cómo. Especialmente ahora que ya se han retomado algunas actividades como regresar al trabajo,  hacer ejercicio, ir a un restaurante, caminar por centros comerciales, pasear en parques, ir al cine, etc.

Es útil aprovechar las actividades permitidas para ir graduando nuestro contacto con el exterior. Ya sea por el mero hecho de exponernos a la calle, al ruido o a otras personas desconocidas. Utilizar esa esas salidas para realizar algo que nos agrada o que nos pueda aportar una leve sensación de satisfacción.

Disfrutar del sol en la piel, facilitar el contacto con algo de naturaleza como un bosque o el mar. Si asociamos la salida, que nos agobia, con una consecuencia de placer (dentro de nuestras posibilidades); es más fácil que volvamos a repetir la experiencia al día siguiente y al siguiente y así sucesivamente. De manera que llegue el momento que se convierta nuevamente en algo normal, natural y no nos provoque miedo o ansiedad.

Como segundo paso a tener en cuenta para aliviar los síntomas del “síndrome de la cabaña” es respetar y seguir los protocolos estipulados de seguridad. Frente al miedo al contagio estas pautas de distanciamiento social (la sana distancia); lavado de manos y uso de mascarilla (entre otras) nos puede proporcionar cierta sensación de seguridad.

En estos momentos, más que nunca, es importante escucharnos y atender a nuestras necesidades; para que podamos salir adelante de la manera más respetuosa con nosotros mismos y con los demás. La situación es excepcional y no hay una única manera correcta de superarla. Es normal tener miedo, como también es normal querer superarlo. Si siente que la idea de salir al exterior le genera malestar, miedo, frustración o de plano no siente deseos de salir; es importante buscar ayuda. Dejarnos ayudar no es un acto de vergüenza, es un acto de amor con nosotros mismos.

Como una frase que escuché por ahí: “Nunca dejes que el miedo sea tan grande, que te impida seguir adelante”, o como dice Woody Allen y lo cité en mi artículo del mes de mayo: “El miedo es la pareja más fiel que he tenido en toda mi vida, jamás me ha abandonado para  irse con otro”. Es decir, el miedo siempre está presente; siempre nos acompaña, pero depende de nosotros dar ese paso adelante. Dar ese paso fuera de nuestra casa, de los muros de la seguridad de nuestro hogar. Salir de nuestra zona de confort (con la mayor seguridad posible); para no convertirnos en víctimas del “Síndrome de la Cabaña” y enfrentar con fortaleza la “nueva realidad”, que es inevitable.

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